TODO PARECE IMPOSIBLE HASTA QUE SE HACE. (Nelson Mandela)

jueves, 18 de mayo de 2017

El Lago

No sé porqué me ha venido a la cabeza esta canción.
Y con esta canción de repente me han venido la memoria las tardes que después del colegio, íbamos a "las ventanas del médico".
No quedábamos, no teníamos WhatsApp, sólo había un teléfono en casa en medio del salón y era para cosas importantes.
No teníamos Mp3, creo que aún ni existían los walkman, pero el que conseguía convencer a su madre esa tarde llevaba un radiocasete del tamaño de una maleta y con un boli Bic, rebobinábamos las cintas para no gastar las pilas, que eso cortaba el rollo.
Nos podíamos pasar las horas muertas escuchando una y otra vez las mismas canciones. Canciones como ésta, o las que grabábamos en la radio, con letras densas que no éramos capaces de entender, pero ninguno estábamos dispuestos a admitirlo. Supongo que los vecinos nos soportaban entre desesperados y condescendientes porque mientras escuchábamos música allí abajo no andábamos en otras cosas. Nos protegían a la vez que nos regañaban por dar la tabarra.... ¡Vaya si la dábamos!
A veces cambiábamos de sitio. Si no nos encontrábamos en las ventanas del médico, nos íbamos a "los pinos" o "al parque". Un parque que sólo tenía el nombre, porque era un descampado que se había ido llenando de montones de escombros que nos servían de parapetos cuando los más molones se lanzaban a fumar sus primeros cigarros, o a beber litronas.
Siempre te encontrabas con alguien con quien echar el rato, la tarde. Si no era en las ventanas, era en otro sitio. No quedábamos, nos encontrábamos.
Éramos del barrio cuando El Barrio marcaba una forma de ser y una forma de sentirse.
Cuando dejamos el colegio fuimos saliendo del barrio y fuimos perdiendo el contacto. Ya no nos encontrábamos porque no nos buscábamos. Cada uno tiró por un sitio. Unos a trabajar, otros a FP, y los "listos" a BUP, unos con más fortuna que otros.
Algunos cuando dejaron las ventanas cayeron en otras cosas.
Era el barrio.





lunes, 27 de febrero de 2017

Cuestión de actitud

Había sonado el despertador pero no se levantó inmediatamente. Nunca lo hacía.
Antes porque apuraba cinco minutos a las obligaciones del día recreándose entre el calor de las sábanas. Ahora porque la ausencia de obligaciones le iba llevando a una pereza creciente.
El otro día leyó en algún sitio un artículo que decía que la actitud era fundamental. Que la vida era, es, actitud. Que un 80% es actitud y el otro 20% es trabajo. Así que, cuando sonó el despertador, decidió que le plantaría actitud a la vida. Se levantaría y saludaría al sol de la mañana, haría una lista de tareas con buena disposición y la cumpliría de forma rápida, para cumplir con creces con el 20 % de trabajo.... Sería un día estupendo porque le iba a poner actitud y la actitud es fundamental.
Y se levantó, y abrió las persianas para ver un día nublado y gris, pero igualmente saludó al tímido sol. Se hizo la lista de tareas y se puso pronto a trabajar. Todo ello con buena actitud. Y aunque la llamada que esperaba impacientemente desde hacía meses, tampoco llegó ese día, pensó que sería a la mañana siguiente, porque le estaba poniendo la actitud adecuada. Y siguió trabajando, sabedor de que había excedido de largo el 20%, pero su actitud no decrecía.
Y así, con una buena actitud pasó el primer día. No notó muchos cambios, pero no se dejó vencer por el desánimo. Seguro de que mañana saldría el sol y podría saludarle, y llegaría la llamada, y cumpliría la lista de tareas. Si era por actitud....
Así que antes de irse a la cama el primer día de buena actitud, decidió buscar un artículo acerca de la perseverancia que le fuera igual de útil que el que había leído el otro día. Cuestión de actitud.

Foto de Eduard Militaru


lunes, 29 de febrero de 2016

El borde de la baldosa

Pasas de ser una profesional con cierta credibilidad después de veinte años haciendo tu trabajo, a no tener nada.
Pasas de tener una vida estable, siempre lo relativamente estable que es la vida, a no saber qué vas a hacer mañana cuando te levantes.
Pasas de saber qué eres y qué haces, a vivir con los pies pegados en una baldosa de bordes inciertos.

Y pasas de repente.

Y pasas por la decisión de alguien que ni te conoce ni ha tenido interés en conocerte. Alguien a quien no le importas lo más mínimo. Alguien que te ha mostrado cierta afectividad pero era mentira. Pasas casi por el capricho de ese alguien, que en un momento dado se ha cruzado con otro alguien que le interesa más que tú, o que le gusta más que tú... Porque en el fondo tú ni le interesabas ni le gustabas... aunque tampoco le dejabas de interesar ni le dejabas de gustar.

Le dabas igual.

Y le da igual que ahora ya no sepas qué eres, ni qué vas a hacer mañana cuando te levantes, ni cómo te las vas a apañar  para saltar de tu pequeña baldosa a un terreno más firme.
Pero tú te inventas, te levantas mañana con la esperanza de conseguir algo, confías en la confianza que tienen en ti los demás.

Y te inventas, te levantas y confías porque no tienes otro remedio, porque más allá de esa esperanza no tienes nada más y hay que inventar.
Y cada mañana y cada tarde, de cada día de cada semana, intentas confiar en que esto merece la pena, y sigues intentándolo.
Pero siempre con el miedo del borde de la baldosa demasiado cerca de tus pies, con miedo al vacío de ya no ser lo que eras, y con el miedo de no ser otra cosa ni ahora ni quién sabe cuándo.

Pero lo intentas y te inventas. Y confías porque confían y porque sólo puedes confiar.

Y lo intentas y te inventas y confías porque ahora no sabes qué eres, pero siempre has estado agarrada a la baldosa de saber quién eres.

Saltemos de la baldosa. El camino siempre lleva a algún sitio.
Foto: Encarna Ortega.

jueves, 25 de septiembre de 2014

El Viaje


Se despertó sobresaltada. El sueño era tan real, tan vivo, que estaba sudando de mover y remover cajones, ropa, zapatos, objetos de aseo de un lugar a otro intentando establecer un orden de prioridades y una lógica en el equipaje más difícil que había hecho nunca.
Era un viaje diferente. No sabía si definitivo, pero seguro que diferente de todos los anteriores.
Antes había hecho maletas para irse de fin de semana, de vacaciones de verano, o algunos días libres que el trabajo y su sueldo le permitían tomarse. Siempre era para descansar, ver paisajes que prometían belleza o ciudades llenas de monumentos y atractivo turístico. Lugares que pasaban a formar parte de una colección de fotografías perfectamente ordenadas por fecha y nombre del sitio. Fotografías que repetían las postales  más tópicas de las agencias de viajes, pero ahora hechas con su cámara y  en las que a veces también aparecía ella misma o su grupo de amigos.
De todos esos viajes guardaba un recuerdo amable y a veces borroso. Madrugones, prisa por verlo todo, por captarlo todo. Hacer algunas compras, probar las comidas típicas, volver al hotel para volver a salir y seguir viendo y viviendo.
Y con la vuelta a casa, casi deseada para volver a la rutina, la tranquilidad y el espacio conocido. Otra vez deshacer el equipaje, devolviendo cada cosa a su lugar original, recolocando en su sitio todo lo que antes colocó en las maletas. Algunas volvían sin haber sido utilizadas, ya que siempre llevaba mucho más de lo necesario para el tiempo que se marchaba. Algunas de ellas las llevaba para los “por si acaso”, y otras, bastantes, por miedo a no tener a mano todo aquello que le brindaba confianza, aquello que constituía su zona de confort.
Pero este equipaje era diferente. Tenía que calcular y elegir muy bien porque no eran cosas que volverían a sus cajones en unos días, y porque esta vez no habría "por si acasos". Lo que no entrara en las maletas dejaría de ser parte de su vida, quedaría definitivamente atrás. Y no podía llevarlo todo. No tenía maletas tan grandes y tampoco hubiera podido acarrearlas ella sola.
Mientras revisaba sus cosas e iba seleccionando en diferentes montones sobre la cama lo que llevaría y lo que dejaría, reconstruyó momentos pasados. Cuándo compró cada prenda y en qué acontecimientos y circunstancias las había vestido. Y ese repaso de su vida a través de su vestidor la fue sumiendo en un estado de tristeza cada vez mayor. Aunque siempre le quedarían los recuerdos, deshacerse de sus cosas era también desprenderse de su pasado, de sus raíces. Era dejarlo todo atrás.
Ese viaje no era sólo un viaje. Era un cambio tan radical que de pronto no estuvo tan segura de que fuera la decisión acertada. Por eso la angustia y por eso el miedo. Miedo a lo nuevo y miedo también a perder su identidad, lo que había sido y lo que era.  Era empezar de nuevo pero también morir a todo lo anterior. Angustia y miedo que provocaban el sudor que la empapaba. 
Estaba sudando de angustia y de miedo cuando se despertó... sobresaltada.
Tras unos segundos de confusión, comprobó que estaba en su cama, en su habitación y rodeada de sus cosas. Sintió alivio al ver que todo era un sueño, muy real y muy vivo, pero un sueño que la había dejado aturdida. Se levantó para refrescarse y alejar definitivamente la sensación de angustia de esa pesadilla.
Cuando salió de la habitación al pasillo, se quedó paralizada al ver al fondo del salón, abierta sobre el suelo, aquella maleta con su ropa, llena... esperando.

lunes, 22 de septiembre de 2014

¿Por qué?

Por qué nos olvidamos de ser agradecidos
Por qué somos capaces de usar cualquier cosa como un arma arrojadiza
Por qué utilizamos a las personas
Por qué mentimos
Por qué nos volvemos mezquinos
Por qué traicionamos
Por qué somos cobardes
Por qué almacenamos rencor para devolverlo en forma de odio
Por qué mantenemos un teatro con el objetivo de seguir haciendo daño

Para qué

Cualquier cosa que obtengamos será tan miserable que el tiempo nos pagará en amargura.


Triste camino, pesado equipaje
¿De verdad es el que buscabas? 

domingo, 6 de julio de 2014

Ataque en domingo

No sé qué edad hay que tener para que sea legítimo sucumbir a un ataque de nostalgia.
No sé cuándo puede quedar justificado que por ver unas fotos, o leer unas frases o escuchar una música sientas como si tu cuerpo fuera de algodón por dentro.
Seguramente no son las fotos, o las palabras o la música lo que provoquen esa sensación tan difícil de definir entre dolor y goce, entre alegría y tristeza, compuesta de emociones y recuerdos que asalta sin avisar y que invade una tarde de domingo.
Seguramente antes hay elementos que se despliegan para preparar la ofensiva.
Seguramente se debe más a una tarde tediosa después de un fin de semana más prometedor el viernes que realidad tangible el domingo; o al cansancio por el largo año de trabajo que va llegando a las ansiadas vacaciones; o a la caprichosa masa de bajas presiones que nos tiene a todos locos con tormentas y vendavales...
Seguramente el ataque ha ido avisando pero hemos hecho caso omiso a sus señales, y cuando estalla el detonante lo hace a traición.
Lo hace mientras planchas escuchando una radio para cuarentones propicios a la evocación. Lo hace con música que te coloca en épocas pasadas, en otros domingos de otros veranos, imprecisos.. unos mejores que otros... pero otros...
Se suceden las canciones que inundan el alma de recuerdos, primeras ráfagas de munición que preparan el terreno para la explosión definitiva.
En el caso de hoy, tarde de domingo de principios de verano, casi en puertas de vacaciones, cuando se está levantando otra vez el viento que precede a la enésima tormenta de esta semana, mientras plancho la ropa escuchando M80, Alan Parsons Project estalla en mi salón.
Eye in the sky.
No recuerdo nada concreto relacionado con esta canción. No marcó un amor nuevo, ni un desengaño, ni un verano apasionante, ni un viaje especial...
Es una canción, como muchas otras, que estuvo en mi vida hace mucho... y esa sensación de que ha pasado mucho tiempo de muchas cosas, esa nostalgia casi absurda ha campado a sus anchas esta tarde por mi salón.
Y lo mejor es dejarla ganar la batalla, sucumbir, recordar cosas lejanas... y también dejarla pasar.
La nostalgia no tiene por qué ser dolorosa, es también dulce, agradable... por eso debe ser que sientes como que tienes el cuerpo lleno de algodón.

viernes, 30 de mayo de 2014

Ícaro y la soberbia

Es curioso lo que se puede descubrir en una visita guiada por la ciudad en la que has vivido toda tu vida, y que en cierto modo presumes de conocer bastante bien.
Es curioso que sólo con ponerse el traje de visitante, empieces a mirar con otros ojos lo que te rodea, y sobre todo, empieces a mirar a todos lados... incluso hacia arriba.
Descubres rincones, edificios, plazas, balcones y fachadas que no habías visto jamás porque nunca pasas por allí para ponerte a mirar, sino para hacer "algo". Logras mirar desde otro lado y ver las cosas de otra manera... o simplemente logras ver las cosas.
Es curioso que en una visita curiosa por Madrid, una guía en prácticas por innovar me descubrió curiosidades de ayer y hoy.
Es curioso que cuando alguien te dice que mires al cielo de Madrid, en la calle Milaneses, al lado mismo de la Plaza Mayor, descubras que a un ciudadano le han permitido colocar una escultura de Ícaro en su terraza.
La escultura, denominada con cierta sorna por Miguel Ángel Ruiz, su autor,  "Accidente aéreo" y a la que no niego su belleza, pesa en torno a 300 kilos y está colocada prácticamente en el aire. Su propietario, al parecer, es amante de la mitología y deseaba hacer un homenaje a la leyenda griega.
Si la guía no nos hubiera advertido de esta obra es posible que siguiera pasando por allí como hasta ahora: sin mirar para arriba y sin reparar en su existencia. También seguiría pasando ajena al riesgo de caer sobre los viandantes, que supongo habrá sido medido convenientemente por el Excelentísimo Ayuntamiento de la Villa y Corte, y dejar a algún peatón más que perjudicado.
Si no me hubieran mostrado lo que a mi modesto entender es una arrogancia, tampoco habría reflexionado sobre el paralelismo entre el dueño de la terraza y el mito que narra. La arrogancia de hacerse un homenaje a sí mismo a través de un mito clásico.
Ícaro era el hijo de Dédalo, arquitecto ateniense a quien la propia Atenea había enseñado el oficio. El rey Minos le encargó construir el Laberinto de la isla de Creta para encerrar en él al Minotauro, nacido de la venganza de Poseidón para castigar al rey.
No importa ahora qué hizo Minos para enfadar tanto a Poseidón, ni importa que Parsifae, la esposa de Minos, se enamorara de un toro y engendrara una criatura mitad toro y mitad hombre. Lo cierto es que Minos no reparó en medios a la hora de ocultar su vergüenza, y una vez construido el Laberinto, también encerró en él al único que sabía salir: Dédalo, junto a su hijo Ícaro.
La inteligencia de Dédalo le llevó a idear una forma de escapar: creó unas alas con cera de abejas y plumas de pájaros para él y para Ícaro y salieron volando de Creta. El arquitecto advirtió a su hijo que debía ser prudente y no volar ni demasiado alto para que el Sol derritiera la cera, ni demasiado bajo para que las plumas se mojaran con el agua del mar.
Pero como era de esperar en un mito clásico que se precie, la historia debía terminar en tragedia, e Ícaro desobedeció a su padre. Se fue elevando tanto mientras disfrutaba del paisaje que sus alas se derritieron y cayó al mar, donde se ahogó y de donde su padre le recogió para enterrarle en la isla de Icaria.
La osadía, la imprudencia y la arrogancia de un joven que desobedece a su padre buscando la grandeza, le llevan a la tragedia.
Volviendo al Madrid actual, no sé quién es el dueño de la casa, aunque quizá no sea difícil averiguarlo, pero para no meterme en casas ajenas no indagaré en esto. Tampoco sé si la ley municipal permite poner esculturas de determinadas características, a determinados ciudadanos, en determinados emplazamientos por muy privados que sean, y no permite, por ejemplo, acristalar un balcón para poder aprovechar mejor dos metros cuadrados de vivienda, colgar ropa de las ventanas para que se seque al sol, o colgar macetas de las barandillas....
Tampoco sé si es que la cosa "va por barrios", que todo podría ser, y la calle Mayor no es lo mismo que Villaverde, Vallecas o Carabanchel.
Dicen que cada uno hace en su casa lo que quiere...
Si le dejan claro.
 


IMAGENES DE LA ESCULTURA "ACCIDENTE AEREO"
MIGUEL ANGEL RUIZ
CALLE MILANESES, MADRID