TODO PARECE IMPOSIBLE HASTA QUE SE HACE. (Nelson Mandela)

viernes, 31 de enero de 2014

Salir a la luz


Al abrir los ojos se dio cuenta de que algo era diferente. 

Era la misma hora de todos los días y sin embargo no tuvo que esperar a oír el despertador varias veces como cada mañana. La noche anterior se olvidó de bajar la persiana, como hacía siempre, y una luz clara, transparente, inundaba la habitación haciendo nítidos los contornos de los muebles.

Se levantó de un salto, sin sentir la pereza a la que estaba habituada cada día. Corrió al cuarto de baño con un optimismo nada normal y se miró en el espejo con una sonrisa en la cara. Le sonrió a una imagen renovada de sí misma, con la que parecía que empezaba a  llevarse bien desde hacía poco tiempo.

Se metió en la ducha con movimientos ágiles, abrió el grifo para que el agua despejara el apenas inexistente cansancio de una noche extraña que no había sido de sueños agitados. Recordó haber dormido de un tirón, como hacía ya mucho tiempo que no le ocurría. Dejó que al agua corriera por su cuerpo llevándose mucho más que la espuma del jabón.

Se envolvió en el albornoz y preparó un café que llenó la casa de aromas cálidos y penetrantes. Pensó en el último café que tomó mucho tiempo atrás y apenas podía recordar con quién ni dónde había sido, acostumbrada ya a tantas mañanas de infusiones que se tomaba deprisa, somnolienta y enfadada con el mundo que le rodeaba. Aspiró profundamente para llenarse de ese olor, para dejar que su cuerpo se renovara con el aire fresco que entraba en cada músculo, cada órgano, cada célula.

 Volvió a su primer pensamiento del día y se reafirmó en él: algo era diferente, pero no podía precisar qué, no podía precisar por qué.

Cuando la cafetera empezó a borbotear salió de su ensimismamiento y la retiró del fuego con cuidado, deleitándose con su olor. Se preparó una tostada que hacía tiempo se había prohibido en su dieta, y la saboreó con placer, acompañada del café que tanto había añorado.

Seguía sin saber qué le pasaba.

Al dirigirse de nuevo a su habitación, aún con el gusto del desayuno en la boca y con el albornoz apenas ajustado a su cuerpo, se paró en seco. Sus ojos se abrieron igual que su boca al darse cuenta de qué había pasado, al ser consciente de cuál era el origen de los cambios que le hacían sentirse tan extraña, pero tan a gusto.

Vio bien colocados sobre la butaca aquellos pantalones de colores alegres, con el estampado que la dependienta había calificado como “tendencia de primavera” y recordó.

Recordó su decisión del día anterior de acabar con la tristeza, con la soledad y con la rutina. Compró aquellos pantalones sin pensarlo, dejándose llevar por la muchacha deseosa de aumentar sus comisiones. Ninguna de las dos sospechaba que aquel gesto, aquel pantalón, sería el símbolo de su cambio.

Se los puso con una blusa clara que encontró al fondo de su armario y que aún le valía. Completó su atuendo con unos zapatos de tacón algo pasados de moda, pero con los que se sentía diferente al caminar. Se maquilló y se perfumó como hacía cuando había un día de celebración o de fiesta, y cogió su bolso.

Entonces, cuando terminó de arreglarse, se volvió a mirarse en el espejo de su habitación. Volvió a mirarse con una sonrisa franca y luminosa, y así, envuelta en luminosidad salió a la calle. Salió a celebrarlo como un día de fiesta. Salió a la luz.

2 comentarios:

  1. He llegado a apreciar ese olor a café según leía el relato.
    Acogedora manera de describirnos, bajo los ojos de la escritora, el sentimiento que se produce cuando se sale de un tiempo oscuro de la vida. Me ha encantado. Felicidades.

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