No soy una persona entendida en música clásica. No soy capaz
de identificar más de una decena de fragmentos de obras conocidísimas y difícilmente
acertaría a atribuirlas correctamente a su compositor.
Pero a pesar de estas dos facetas en las que soy una
perfecta ignorante, el hecho de escuchar de forma casual el aria de Sansón y
Dalila en un programa de radio, y el hecho de sentir que se me ponía el vello
de punta y que me emocionaba de forma inexplicable, me hizo interesarme, a la
vez, por la Biblia y por la música “culta”.
Dejé lo que estaba haciendo para levantarme y buscar en la
estantería un viejo ejemplar de la Biblia que aún sobrevive de mi época
escolar. Se trata de una edición, muy deteriorada, de la Biblioteca de Autores Cristianos. De
aquella que todos los nacidos en los últimos estertores del antiguo régimen
teníamos junto al Catecismo para la clase de religión. Tiene las tapas de tela,
granates, y mantiene desde entonces un forro de plástico, mi nombre en la primera hoja, finísima,
escrito a bolígrafo con mi letra infantil, y varios cuadernillos descosidos
aunque pegados torpemente con cinta adhesiva.
Una vez en mi mano, me costó trabajo encontrar la historia
que buscaba. Confieso que tuve que mirar en Internet en cuál de los libros que
forman la Biblia podía encontrar la historia de Sansón: Jueces
13-17. Marqué el pasaje con la cinta que el libro aún no ha perdido.
Leí con rapidez los capítulos en los que se explica el
nacimiento de Sansón, su carácter irascible y caprichoso, y su fuerza
sobrehumana. Me sorprendí al ver que alguien que contaba entre sus hazañas
varios miles de víctimas, había confiado
el secreto de su fuerza con bastante facilidad a una mujer de dudosa moral y extraordinaria
capacidad de persuasión. La belleza se le supone ya que no se dice nada del
aspecto de Dalila.
Sansón y Dalila. Pedro Pablo Rubens. 1609-1610 National Gallery de Londres |
Ahora se trataba de buscar en You Tube la música que me
había conmovido tanto. No sabía el autor ni sabía el título del pasaje, así que
los términos de búsqueda no podían ser más generales: “aria ópera Sansón
y Dalila”. Se obró la magia y un menú de opciones se abrió en mi pantalla. Elegí
la que consideré debía ser la mejor interpretación puesto que tenía la garantía
de ser “la más grande”: María Callas. Y pinché para escuchar.
Continuando la búsqueda, ahora en Google, descubrí que era
una obra del totalmente desconocido para mi Camille Saint-Saëns, nacido en
París en 1835 y muerto en Argel en 1921. Al parecer un niño prodigio para el
piano, que tuvo la fortuna de ser admirado por Liszt, lo que le ayudó a
estrenar su obra más conocida en Weimar en 1877.
Según iba escuchando se iba produciendo en mí una extraña
reacción. El pasaje que acababa de leer, a pesar del enrevesado lenguaje, era
frío, duro, una exaltación de la venganza y el engaño. Pero lo que escuchaba correspondía
a una historia de amor puro. Eran las palabras de una mujer deseosa de estar
con su amado y recibir de él su infinita ternura. La melodía dulce acompaña
palabras tiernas y evocadoras.
Sentí una especie de decepción al ver que la historia que
inspiró la música que me había emocionado cuando la escuché de forma casual en
la radio, era en realidad algo que no acababa de gustarme. Cuando empecé a
buscar en la Biblia esperaba encontrar una historia bella, llena de ese amor
que transmitía la música, porque pensaba que una música tan bella tenía que
estar inspirada en una historia bella.
No podía ser que la Dalila bíblica, esa que por una
recompensa de “mil siclos de plata” seduce a Sansón y le traiciona, sea la
misma que en la ópera le dice:
“Mon
cœur s'ouvre à ta voix,
comme s'ouvrent les fleurs
aux baisers de l'aurore!”
comme s'ouvrent les fleurs
aux baisers de l'aurore!”
Pero
la Biblia es la Biblia y los artistas son los artistas.
Decidí
dejar de nuevo la Biblia escolar en el sitio de la estantería donde tantos años
llevaba descansando, y volver a escuchar el fragmento de una ópera que no sé si
alguna vez escucharé entera.
Y
decidí también quedarme con la Dalila que me había conmovido. La Dalila que es
capaz de decir:
como
se abren las flores
a los
besos de la aurora”
Increíble la forma que has tenido de hacer que tengamos la necesidad de leernos el relato y terminar, para así seguir en él, escuchando el pasaje, que ciertamente es maravilloso.
ResponderEliminarCómo has envuelto una historia que leída en la Bíblia puede resultar sórdida, con una música que te llena de sensibilidad transformándola en una historia de amor.
Si hubiera que ponerle un "pero" ..., sólo podría decirte que me habría gustado que fuera más extenso. Vamos...!! Que me he quedado con ganas de más.
Me alegra que te guste. La música siempre es capaz de evocar tantas cosas...
ResponderEliminarGracias por tus comentarios, me animan a continuar.
Bonito e ilustrativo. Me encanta.
ResponderEliminarMuchas gracias, Tomás. Y muchos besos
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